Miles de personas en Colombia y en el mundo tienen los ojos puestos en las elecciones de Estados Unidos y están a esta hora haciendo conjeturas –unas válidas, otras fantasiosas– sobre lo que acontecerá (otros simplemente deliran, como la Cabal). Aunque he vivido otras tres elecciones presidenciales en mi vida en EEUU, no he visto ninguna como ésta. En el aire se siente  la tensión, la expectativa y el temor. Aunque mi experiencia es limitada, el sentimiento lo comparten mis amigxs norteamericanxs que saben que estas elecciones tienen un peso único en la Historia (con mayúscula). Son importantes no porque se trate del “imperio” cuyo lugar hegemónico es debatible, ni por lo que diga la diáspora latino-paranoica de Miami, sino porque en éstas elecciones el mundo se juega, o bien la consolidación de una agenda de derecha claramente fascista, o la posibilidad de dar un giro –limitado, pero giro al fin y al cabo- que evite una coalición brutal y que corrija, al menos parcialmente, el catastrófico daño que la administración Trump ha infligido sobre la democracia estadounidense, la sociedad y el planeta. Para quienes están pendientes del desenlace pero no tienen todo el panorama, y dado que circulan informaciones falsas o incompletas sobre las elecciones,  les comparto aquí algunas de mis reflexiones.

Para comenzar, es probable que los resultados definitivos no se sepan mañana en la noche y que lo que se sepa al terminar el día no corresponda con el resultado final. Por ser EEUU una república federal, las elecciones presidenciales deben entenderse como 50 elecciones simultáneas (50 son los estados que conforman la Unión) y no como una sola elección nacional donde -como en el sistema Colombiano- hay una única elección regida por las mismas leyes que gana quien obtenga el 50 por ciento más 1 de la votación. Esto se debe a varias razones como a que cada estado tiene sus propias reglas, por ejemplo, con respecto a los horarios de votación. En NY,  donde vivo, los puestos de votación están abiertos de 6am a 9pm, pero en otros estados se cierran a las 6, a las 7 o las 8 de la noche. En EEUU hay además 6 zonas horarias, lo que significa que no todos los conteos llegan al mismo tiempo. 

A esto se suma que, debido a la pandemia, se extendió el uso de la votación por correo así como la votación temprana, lo que explica que en las últimas dos semanas se hayan visto sendas filas para votar en varios estados. La votación temprana ha sido tan masiva, que ya han votado 96 millones de personas, una cifra récord comparada con cualquier otra votación en el país. Medidas adicionales se han puesto en marcha en los lugares de votación para evitar el contagio del coronavirus, lo que podría causar demoras. Aunque el voto por correo ha sido vituperado por los republicanos, siempre se ha usado con poca evidencia de fraude y en cambio ha sido muy útil para imprevistos como la actual pandemia o simplemente para garantizar el derecho al voto de aquellas personas que no pueden ir al lugar de votación. Sin embargo, las reglas para el conteo de estos votos varían también y son materia de ardua discusión. En algunos estados, si el voto se timbra en la oficina de correo mañana 3 de noviembre, éste se cuenta como válido, así llegue días después. De hecho, los estados tienen hasta el 8 de diciembre para contar todos sus votos, de manera tal que una cierta cantidad de votos no será contabilizada hasta pasados algunos días. En otros casos, el estado no permite contar votos que lleguen después del día de las elecciones. A primera vista, esto puede no ser muy relevante si la mayoría de votos contados mañana muestran un claro ganador;  pero en aquellos estados “de fuerte contienda” esos votos podrían ser decisivos.  En resumen, el conteo de votos será más complejo esta vez. Pero lo que es ya claro es el incremento significativo del número de votantes, lo que se debe a la magnitud de la contienda entre el actual presidente DJT y Biden, a un giro demográfico importante (hay más jóvenes votando ahora que en el 2016) y a la preocupación por el virus lo que ha llevado muchas personas a votar tempranamente

Ahora bien, aun cuando se contarán todos los votos mañana, el presidente de EEUU no se elige directamente por voto popular sino por el número de delegados que cada estado tiene en el colegio electoral, una institución creada cuando las colonias eran remotas y apartadas y desplazarse a un mismo lugar de votación era impráctico (varios días a caballo). Esto llevó a la creación de un sistema según el cual un delegado (hombre) viajaba en representación de la comunidad para depositar el voto de acuerdo a lo que cada colonia había decidido. Naturalmente, el sistema favorecía a la gente blanca y rica. No pretendo explicar aquí el complejo sistema electoral (hay ya numerosos videos en Youtube y páginas web), pero en líneas generales, los delegados reflejan, al menos en teoría, la intención de la mayoría de votantes. Cada estado entonces tiene un número asignado de delegados que votan en el colegio electoral por el candidato del partido ganador que su estado eligió. Cada estado tiene un número diferente de delegados, que depende del número de habitantes del estado (con  un mínimo de 3 electores). Es por esto que unos estados tienen más peso que otros a la hora de decidir el presidente de los Estados Unidos. Para ganar la presidencia, Biden o DJT necesitan al menos 270 de 538 votos. Precisamente porque algunos estados tienen más delegados, es decir, más votos en el colegio electoral, estados como Florida, Pensilvania o Texas, los llamados “swing states” (estados indecisos, por así decir) definen en últimas las elecciones. Estos estados se pueden inclinar hacia el rojo (republicano) o el azul  (demócrata) y con ello cambiar el panorama del colegio electoral. La buena noticia es que, a diferencia del 2016, donde Clinton ganó por voto popular pero perdió en el colegio electoral, en la mayoría de los escenarios previstos a 2 de noviembre con base en las encuestas de los puestos de votación, Biden sale con una alta posibilidad de ser el ganador

Los resultados de mañana tienen otras implicaciones, como el discutido tema de la concesión de la victoria y una eventual transición de gobierno en caso de una derrota del partido republicano. Si Biden gana, ¿aceptará Trump la derrota? ¿su base recurrirá a la violencia? Y si gana Trump ¿habrá disturbios y una ruptura del orden y caos generalizado?  El nivel de exacerbación y violencia latente que se ha venido sintiendo de meses atrás, se debe particularmente a la existencia, a plena luz del día y bajo la mirada cómplice de las autoridades, de pseudo-milicias supremacistas de derecha que han intimidado o amenazan con intimidar a lxs volantes y con ello buscan desatar brotes de violencia. La magnitud de estas manifestaciones no es clara, pues es localizada y por tanto es difícil predecir si dichos actos de violencia podrían reverberar en un caos civil a nivel nacional. Sin embargo, el temor es justificado, pues se ha demostrado que estos no son simplemente grupos de fanáticos principiantes, sino grupos organizados con planes criminales concretos (grupos de terroristas blancos), como el de secuestrar a la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, animados por la retórica incendiaria de DJT y por el apoyo que éste implícitamente le da a grupos supremacistas como los “Proud Boys”. En el sur del país esta amenaza preocupa, particularmente por la composición racial y por las bien conocidas tácticas de supresión de votos de la población Afroamericana que ha tendido a ser pro-demócrata (pro-Clinton, pro-Obama y pro-Biden) y cuyo derecho al voto puede estar en peligro. Hay preocupación también por la posible violencia en Michigan y Pensilvania, y en estados del sur, donde las fuerzas policiales son distintivamente pro-Trump. Un ejemplo de esto circuló ayer en los medios: una caravana Pro-Trump intentó “sacar” de la autopista a un bus de la campaña de Biden, poniendo en riesgo la vida de varias personas. Acto seguido, DJT tuiteó la noticia diciendo “Amo a Texas”.  

Así pues, entre la pandemia, la actitud envalentonada de los derechistas, supremacistas blancos y la crispación por la situación económica actual, el clima no es –ni ha sido en 4 años– favorable. Vivir en los Estados Unidos de Trump ha sido sin duda la época más difícil de mi vida migrante, y sin lugar a dudas, también lo ha sido para mis amigxs y familiares. Personas mayores han manifestado repetidamente su desconsuelo y una percepción de que la administración Trump es objetivamente peor y más dañina que las de Bush, Reagan, y Nixon, asegurando incluso que no han vivido nada parecido desde la segunda guerra mundial en términos de la amenaza autoritaria. La pregunta de por qué y cómo la sociedad estadounidense produjo a un personaje como Trump y cómo pudo subir a la presidencia les tomará años, talvez décadas entender, pues es claro que el fenómeno Trump desconcertó hasta a los mejores analistas políticos. Aunque se han hecho muchos esfuerzos por entender el perfil del simpatizante  pro-Trump, no hay una simple variable sociológica mágica que explique el comportamiento de estxs votantes, pues confluyen diversos factores desde la afiliación partidista, pasando por la ubicación geográfica, las categorías de raza, clase y género, la edad, y la hegemonía partidista de cada estado. Uno de esos casos peculiares, es el de los latinos pro-Trump que, sumado a otras diásporas como la India-Americana, ven en Trump a un modelo de macho vigilante defensor de la ley y el orden que le va a cerrar la puerta a otros inmigrantes que, en su visión, empeoran la imagen desfavorable que ya existe de los inmigrantes. Hay muchos Trump “de closet” y preocupa que los votantes que en público se dicen indecisos, terminen votando por Trump dada su identificación cultural, de clase y racial. 

En Colombia también los políticos han tomado partido. A simple vista es un error diplomático y parecería un poco ridículo tomar posición. Sin embargo, preocupa la manipulación que existe entre la campaña Trump y miembros del Centro Democrático, unidos por esa población reaccionaria que vive en Miami y que se deja llevar por las acusaciones de socialista que se le hacen a Biden, particularmente desde la diáspora Cubana y Venezolana.  

Es claro que, pase lo que pase, el bipartidismo es limitado en su alcance, y  que el establecimiento demócrata no presenta una alternativa real a las grandes crisis del capitalismo, el cambio climático y la pandemia. Sin embargo, como candidato de transición, Biden podría controlar el daño causado por DJT y poner bajo control la pandemia, no solo para levantar la economía sino para evitar más sufrimiento social y con ello calmar el descontento social. Biden es un liberal moderado, con convicciones claras sobre los valores democráticos, el poder de la diplomacia y el respeto a los derechos y libertades individuales. Dentro del partido demócrata, sin embargo, hay nuevas voces disidentes de centro y centro izquierda (Alexandra Ocassio-Cortez y su “squad”, nombre dado a un grupo de mujeres congresistas no blancas de la bancada democrática) que pueden, si el partido quiere, avanzar una agenda más progresista que le haga frente a estos retos y que seduzca a los simpatizantes de Bernie Sanders en aras de una coalición social más amplia. La presencia de estas voces es quizá una de las razones por la que independientes y miembros de otros partidos han decidido votar por Biden y seguro se lo recordarán. Con todo y esto, en los estados tradicionalmente liberales como Nueva York o California, es claro que Biden ganará, pero lo hará sobre la base de coaliciones y de votantes que ven en Trump una amenaza real, pero que no ven en Biden y en su agenda, cambios sustanciales respecto de los problemas fundamentales del país.  Estxs votantes no pueden ser relegados ni olvidados, pues continuarán demandando reformas estructurales a la política de EEUU dentro y fuera del país.  En cuanto a Colombia, es poco probable que haya repercusiones directas, excepto quizá por el proceso de paz, pero más importante será el mensaje político que se le envíe al país y al mundo. Sin embargo, no habrá muchos cambios que esperar con Biden, dado que el apoyo a Colombia ha existido precisamente en términos del establecimiento bipartidista. 

En medio de esta complejidad, cabe resaltar lo positivo. Las organizaciones de base y coaliciones y movimientos locales y nacionales, de trabajadores e incluso estudiantiles, se han movilizado sin precedentes invitando a votar masivamente, buscando llegar a las personas más excluidas y/o más reacias. Pese a las tensiones raciales, culturales y de clase, hay sinergias importantes en espacios por fuera del bipartidismo donde los temas de inclusión y exclusión están en el centro de la mesa. Aunque no se ha logrado llegar a todxs las personas, el gran número de electores demuestra que se ha ganado algo en el terreno en cuanto a la diversificación de la participación en la política. Esto refleja a su vez  lo que hemos visto en los últimos años: una ciudadanía que sale a las calles y que se organiza desde los movimientos sociales de mujeres y feministas y desde Black Lives Matter, cada vez con una conciencia más interseccional, y que también tienen su correlato en el escenario más tradicional de la política electoral, si bien son espacios diferentes. Estos espacios han sido construidos de manera intergeneracional, pero son hoy liderados e interpelados por nuevas generaciones conscientes del racismo y del sexismo sistémico, de la pobreza y la desigualdad. Quienes votan hoy por primera vez son parte de una generación que creció en un mundo posterior al 11 de Septiembre, que rechaza la islamofobia y la xenofobia  y que hoy viven y entienden la pandemia como un síntoma de una enfermedad aún mayor, el fin de una era y el comienzo de otra que deben ellxs mismos crear. Su potencia política dará para mucho de qué hablar y moldeará sin duda el futuro del país. 

Aún con esta esperanza y con predicciones alentadoras, todo es, aún, impredecible. Hoy recuerdo sombríamente esa noche  del 3 noviembre hace exactamente 4 años, cuando Jesse y yo fuimos a un bar a ver las elecciones con miedo pero incrédulos de que Trump pudiera ganar. La sensación de desazón fue similar a la de caer al vacío, a la de no poder despertar de una pesadilla. Despertar al otro día fue como asistir a un funeral. Esa sensación nunca desapareció; nos sentimos atrapados en el túnel del tiempo, viendo impotentes cómo se han afectado nuestras vidas personales, laborales y sociales por el resultado de ese día que se tornó en una noche, una noche que se alargó cuatro años, aunque se venía forjando de mucho tiempo atrás. Han sido 4 años que quisiéramos olvidar, al menos en la política. No sé qué pasará mañana, y a diferencia del 2016, no habrá bares para llorar o celebrar con otrxs, pero nos acompañaremos por zooms y redes sociales. Yo por ahora compré una botella champaña. Y me la tomaré, ya sea que gane el azul o el rojo, porque la lucha continuará.

*Carolina Arango-Vargas, Doctora en Antropología y especialista en Estudios de la Mujer y el Género

Profesora Visitante Asistente, Universidad de Drew, NJ.